Escribe para EL OJO, Alejandro Mellado.
Se acerca la Navidad –otra Navidad más– y los paradigmas se imponen como trucos de ilusionistas sobre el consciente colectivo, aunque también podría ser sobre el inconsciente. Claro está que los conscientes son los comerciantes con sus cuentas alegres producto de la maravillosa sociedad de consumo en la que vivimos. Las ofertas de regalos emergen y brotan abundantemente como explosiones de palomitas de maíz al calor. Ojo; no es que no me gusten los regalos, si no que ya he tenido suficientes y no necesito más.
Me acuerdo de ese tren eléctrico que me regaló el Viejito Pascuero; o de esa pista de carreras, o ese auto a pedales. ¡¡Ups!!, creo que han pasado bastantes años y ese viejo de traje rojo en realidad me regalo puras tonteras mediáticas, y que más encima ya no están.
Sin embargo, los regalos que me dieron mis padres hasta el día de hoy perduran, no se han ido.
Cómo olvidar los modales que con arduo trabajo me regaló mi mama día a día desde que nací; esa intachable moral y sentido de lealtad familiar; ese empeño por emprender cosas nuevas, ese amor al trabajo y su incansable búsqueda de unión familiar.
Cómo no olvidar los regalos de mi padre: saber que existían señores como Neruda, Jean Maritain, Rousseau o Montesquieu, el interés por la cultura y la música clásica, el sentido de solidaridad, la responsabilidad social, sus historias tales como la marcha de la Patria Joven o cómo conoció a Violeta Parra en Lautaro. La conciencia de clase, la música de los Jaivas..
Tengo tantos y tantos regalos que ya no necesito más. También mis abuelos me dieron regalos, mi abuelo Oscar me regaló los primeros pasos, la transparencia, la valentía, el sentimiento de libertad, y con aquel memorable último discurso de Frei Montalva me regaló la enseñanza de que los hombres también tienen emociones, que pueden llorar.
Mi abuelo Teobaldo, en cambio, me regaló el empeño por la eficiencia, el trabajo bien hecho y la capacidad de incansable por la búsqueda de la verdad.
Como ven, he tenido tantos y tantos regalos que no necesito más. De adulto también he tenido regalos: mi hermana, por ejemplo, me ha regalado la demostración práctica de que siempre es posible levantarse frente a la adversidad. Mi querida esposa me ha regalado el pragmatismo cuando parezco estar muy lejos de la realidad; todos los días me regala comprensión y cariño, –eso sí, que aún no puede regalarme su voluntad de levantarse a las 5:00 AM a trabajar (me debes ese regalo).
Mi suegro, aunque estuvo poco tiempo con nosotros, me regaló largas conversaciones en inglés –an apple a day keeps a doctor away–, historias de Chiloé, de la fundación Labranza y de su padre el telegrafista. Mi suegra, en cambio, me ha regalado la incondicionalidad que debe tener una madre con sus hijas, –suegra creo que a veces usted piensa más en sus hijas que en usted misma.
Nada que decir de mis concuñados, el solo hecho de escuchar mis locuras sobre comunidades, estructuras sociales y de cómo salvar el mundo ya es un regalo inapreciable. – ¡¡Oh!!, si no nombro a mis cuñadas seguro que se enfadarán,
Choquito, tu regalas esperanza a la gente que ayudas todos los días; si es un regalo para otros también es regalo para mi. Lore: tu vocación de comunicadora ya es un regalo para todos. ¡Oh, y también los niños me han hecho regalos !, Oscar por ejemplo, me ha regalado que todo se puede arreglar con una sonrisa y el Tola que hay que tener memoria de elefante y persistencia para conseguir lo que uno quiere.
Diego siempre regala travesuras que te alegran el espíritu y la Flo, en cambio, me regala el impulso de sus genes para que recuerde que su tía a veces es un tanto mañosa. ¡Facu, no rayes la mesa que ese regalo no le agrada a tu mamá!.
Para todos mis seres queridos este es mi regalo de Navidad, el reconocimiento de sus regalos más allá del simple materialismo en que vivimos. De seguro que me faltaron muchos otros que me han hecho permaregalos, se los debo para las próximas navidades.
Se acerca la Navidad –otra Navidad más– y los paradigmas se imponen como trucos de ilusionistas sobre el consciente colectivo, aunque también podría ser sobre el inconsciente. Claro está que los conscientes son los comerciantes con sus cuentas alegres producto de la maravillosa sociedad de consumo en la que vivimos. Las ofertas de regalos emergen y brotan abundantemente como explosiones de palomitas de maíz al calor. Ojo; no es que no me gusten los regalos, si no que ya he tenido suficientes y no necesito más.
Me acuerdo de ese tren eléctrico que me regaló el Viejito Pascuero; o de esa pista de carreras, o ese auto a pedales. ¡¡Ups!!, creo que han pasado bastantes años y ese viejo de traje rojo en realidad me regalo puras tonteras mediáticas, y que más encima ya no están.
Sin embargo, los regalos que me dieron mis padres hasta el día de hoy perduran, no se han ido.
Cómo olvidar los modales que con arduo trabajo me regaló mi mama día a día desde que nací; esa intachable moral y sentido de lealtad familiar; ese empeño por emprender cosas nuevas, ese amor al trabajo y su incansable búsqueda de unión familiar.
Cómo no olvidar los regalos de mi padre: saber que existían señores como Neruda, Jean Maritain, Rousseau o Montesquieu, el interés por la cultura y la música clásica, el sentido de solidaridad, la responsabilidad social, sus historias tales como la marcha de la Patria Joven o cómo conoció a Violeta Parra en Lautaro. La conciencia de clase, la música de los Jaivas..
Tengo tantos y tantos regalos que ya no necesito más. También mis abuelos me dieron regalos, mi abuelo Oscar me regaló los primeros pasos, la transparencia, la valentía, el sentimiento de libertad, y con aquel memorable último discurso de Frei Montalva me regaló la enseñanza de que los hombres también tienen emociones, que pueden llorar.
Mi abuelo Teobaldo, en cambio, me regaló el empeño por la eficiencia, el trabajo bien hecho y la capacidad de incansable por la búsqueda de la verdad.
Como ven, he tenido tantos y tantos regalos que no necesito más. De adulto también he tenido regalos: mi hermana, por ejemplo, me ha regalado la demostración práctica de que siempre es posible levantarse frente a la adversidad. Mi querida esposa me ha regalado el pragmatismo cuando parezco estar muy lejos de la realidad; todos los días me regala comprensión y cariño, –eso sí, que aún no puede regalarme su voluntad de levantarse a las 5:00 AM a trabajar (me debes ese regalo).
Mi suegro, aunque estuvo poco tiempo con nosotros, me regaló largas conversaciones en inglés –an apple a day keeps a doctor away–, historias de Chiloé, de la fundación Labranza y de su padre el telegrafista. Mi suegra, en cambio, me ha regalado la incondicionalidad que debe tener una madre con sus hijas, –suegra creo que a veces usted piensa más en sus hijas que en usted misma.
Nada que decir de mis concuñados, el solo hecho de escuchar mis locuras sobre comunidades, estructuras sociales y de cómo salvar el mundo ya es un regalo inapreciable. – ¡¡Oh!!, si no nombro a mis cuñadas seguro que se enfadarán,
Choquito, tu regalas esperanza a la gente que ayudas todos los días; si es un regalo para otros también es regalo para mi. Lore: tu vocación de comunicadora ya es un regalo para todos. ¡Oh, y también los niños me han hecho regalos !, Oscar por ejemplo, me ha regalado que todo se puede arreglar con una sonrisa y el Tola que hay que tener memoria de elefante y persistencia para conseguir lo que uno quiere.
Diego siempre regala travesuras que te alegran el espíritu y la Flo, en cambio, me regala el impulso de sus genes para que recuerde que su tía a veces es un tanto mañosa. ¡Facu, no rayes la mesa que ese regalo no le agrada a tu mamá!.
Para todos mis seres queridos este es mi regalo de Navidad, el reconocimiento de sus regalos más allá del simple materialismo en que vivimos. De seguro que me faltaron muchos otros que me han hecho permaregalos, se los debo para las próximas navidades.
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