Por Tebni Pino, periodista.
Diga amable lector si conoce usted suplicio mayor que acompañar a la esposa al mall, shopping o como quiera que se llamen las modernas catedrales del consumismo. Y no nos referimos sólo a la cuestión de los precios, estacionamientos, filas para comprar helados, etc. Veamos entonces cómo comienza esta historia.
"Amor, necesito comprarme una polera... ¿me podrías acompañar al mall?"
"Pero, ¿Es necesario ir al mall?. Aquí cerquita, en la tienda de Said, hay unas buenas... y chilenas" -agregamos, como para darle un toque de sensualidad nacionalista a la tortura que ya se avecina cuando un puchero nos señala que SU decisión ya está tomada y no hay más remedio que dejar el diario, calzar zapatos y olvidarse para siempre del descanso sabatino.
Los ojos de la esposa brillan más que el neón de las tiendas, multitiendas o minitiendas que engalanan nuestra geografía urbanística primermundista en los pasillos de cualquier mall de Chilito.
Evidentemente las vitrinas hacen a la esposa olvidar de inmediato el leit motiv de la visita.
Rápidamente y sin saber cómo, ésta desaparece como tocada por una varita mágica. Y es precisamente allí, entre hamburguesas con y sin bacterias, coches eléctricos para personas con discapacidad, bolsas de plástico de todos los colores, tamaños y gustos, que un sentimiento de soledad nos invade como cuando pequeños perdíamos de vista a nuestras queridas madres.
¿Qué hacer? Hay varias opciones. Pararse, jugar al "un - dos - tres - momia", observar por entre la lencería fina de la tienda que imaginamos fue lo que llamó la atención de ella y arriesgarnos a ser considerados tarados sexuales ante tanta tanga, "colalets", y sostenes transparentes hábilmente exhibidos en la vitrina sospechosa o, definitivamente, apelar -como propongo en esta nota- a la instalación de una "Guardería para maridos".
La guardería
El ingreso estaría precedido de dos tickets con un número similar que sería entregado a cada pareja en su llegada al mall. Sobre esto hablaremos más adelante.
La guardería debería tener en su interior, a nuestro modesto juicio y, necesariamente, una cafetería atendida por bellas muchachas. Siempre sonrientes y alegremente (des) vestidas... o casi, expertas en el arte decir al cliente: "Hola, ¿comostay?" precedido de un beso en la mejilla.
Mesitas modernas, frigobar abarrotado de cuanto trago fuera posible y sillones mullidos para soportar las dos o tres horas de espera mientras nuestras consortes localizan la famosa polera serían, cuando menos, parte del utensilio necesario para amenizar la estadía.
Proponemos también televisión con cable, sistema "premium" para evitar los clásicos bombardeos con que a diario nos martiriza la CNN. ¿Por qué no el educativo canal Playboy?.
Pero... sin ser exigentes pues; al final somos nosotros mismos, los consumidores, quienes terminamos por pagar todos los platos rotos, podrían ofrecer, también, juegos de dominó para los "doministas, naipes para los brisqueros y cachos para los... bueno, dejémoslo por ahí.
Esto en la capital o las grandes ciudades, porque en el mall "Cuchupuy Dalmahue", por ejemplo, podría agregarse juegos de rayuela con tejos de bronce, juegos de "rana" y un heladito borgoña en frutilla para los sedientos.
En fin. ¿Es mucho pedir?. Si ya existen las guarderías para niños atendidas por lindas tías, ¿por qué no una de maridos? Digo yo. Al final de la historia... ¿no es más cómodo ser llamado a pagar el total de la cuenta en la misma guardería por el número del famoso ticket del que hablábamos antes, en vez de quedarse dando vueltas como pajaritos enjaulados observando la nada o el todo de la anatomía femenina chilensis con serio peligro de caer en tentación?
Digo yo.
Diga amable lector si conoce usted suplicio mayor que acompañar a la esposa al mall, shopping o como quiera que se llamen las modernas catedrales del consumismo. Y no nos referimos sólo a la cuestión de los precios, estacionamientos, filas para comprar helados, etc. Veamos entonces cómo comienza esta historia.
"Amor, necesito comprarme una polera... ¿me podrías acompañar al mall?"
"Pero, ¿Es necesario ir al mall?. Aquí cerquita, en la tienda de Said, hay unas buenas... y chilenas" -agregamos, como para darle un toque de sensualidad nacionalista a la tortura que ya se avecina cuando un puchero nos señala que SU decisión ya está tomada y no hay más remedio que dejar el diario, calzar zapatos y olvidarse para siempre del descanso sabatino.
Los ojos de la esposa brillan más que el neón de las tiendas, multitiendas o minitiendas que engalanan nuestra geografía urbanística primermundista en los pasillos de cualquier mall de Chilito.
Evidentemente las vitrinas hacen a la esposa olvidar de inmediato el leit motiv de la visita.
Rápidamente y sin saber cómo, ésta desaparece como tocada por una varita mágica. Y es precisamente allí, entre hamburguesas con y sin bacterias, coches eléctricos para personas con discapacidad, bolsas de plástico de todos los colores, tamaños y gustos, que un sentimiento de soledad nos invade como cuando pequeños perdíamos de vista a nuestras queridas madres.
¿Qué hacer? Hay varias opciones. Pararse, jugar al "un - dos - tres - momia", observar por entre la lencería fina de la tienda que imaginamos fue lo que llamó la atención de ella y arriesgarnos a ser considerados tarados sexuales ante tanta tanga, "colalets", y sostenes transparentes hábilmente exhibidos en la vitrina sospechosa o, definitivamente, apelar -como propongo en esta nota- a la instalación de una "Guardería para maridos".
La guardería
El ingreso estaría precedido de dos tickets con un número similar que sería entregado a cada pareja en su llegada al mall. Sobre esto hablaremos más adelante.
La guardería debería tener en su interior, a nuestro modesto juicio y, necesariamente, una cafetería atendida por bellas muchachas. Siempre sonrientes y alegremente (des) vestidas... o casi, expertas en el arte decir al cliente: "Hola, ¿comostay?" precedido de un beso en la mejilla.
Mesitas modernas, frigobar abarrotado de cuanto trago fuera posible y sillones mullidos para soportar las dos o tres horas de espera mientras nuestras consortes localizan la famosa polera serían, cuando menos, parte del utensilio necesario para amenizar la estadía.
Proponemos también televisión con cable, sistema "premium" para evitar los clásicos bombardeos con que a diario nos martiriza la CNN. ¿Por qué no el educativo canal Playboy?.
Pero... sin ser exigentes pues; al final somos nosotros mismos, los consumidores, quienes terminamos por pagar todos los platos rotos, podrían ofrecer, también, juegos de dominó para los "doministas, naipes para los brisqueros y cachos para los... bueno, dejémoslo por ahí.
Esto en la capital o las grandes ciudades, porque en el mall "Cuchupuy Dalmahue", por ejemplo, podría agregarse juegos de rayuela con tejos de bronce, juegos de "rana" y un heladito borgoña en frutilla para los sedientos.
En fin. ¿Es mucho pedir?. Si ya existen las guarderías para niños atendidas por lindas tías, ¿por qué no una de maridos? Digo yo. Al final de la historia... ¿no es más cómodo ser llamado a pagar el total de la cuenta en la misma guardería por el número del famoso ticket del que hablábamos antes, en vez de quedarse dando vueltas como pajaritos enjaulados observando la nada o el todo de la anatomía femenina chilensis con serio peligro de caer en tentación?
Digo yo.
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